La principal capacidad de las listas plurinominales, hoy oculta por ser votadas casi en la clandestinidad, es generar debate y consenso en amplios territorios en torno a los proyectos nacionales enarbolados por los partidos políticos. Durante los procesos electorales, al frente de campañas de ese alcance tendrían que ir candidatos capaces de atrae votos de corrientes políticas y de opinión a lo ancho de esos territorios. Es decir, figuras con características opuestas a las que hoy, bien que sin plena veracidad, se atribuyen a los candidatos plurinominales: animadversión pública, carencia de méritos, o ser productos de decisiones cupulares.
En realidad, desde su establecimiento para la elección de 1979, los candidatos plurinominales han requerido muchos más votos, en general más del doble, para acceder al Congreso de los que requieren los de mayoría relativa. Esa constante se mantiene hasta el día de hoy, aunque por la forma en que se vota la representación proporcional el hecho pasa siempre desapercibido para el electorado en general. En las elecciones en las que los plurinominales se votaban en su propia boleta, esto era un hecho notorio y motivo de reclamo por la desproporción de la representación con la que la oposición resultaba entonces castigada: cada diputado opositor costaba muchos más votos que cada diputado oficialista. Veamos un ejemplo concreto de la elección de 1979.
En esa elección, en la tercera circunscripción plurinominal, integrada por 126 de los 300 distritos uninominales y once estados (ese año las circunscripciones fueron tres), con cabecera en el Distrito Federal, el Partido Acción Nacional (PAN) obtuvo 818,895 votos, que le significaron quince diputados de representación proporcional, en tanto la Coalición de izquierda, compitiendo bajo las siglas del Partido Comunista Mexicano (PCM) alcanzó 506,492 votos y nueve diputados. Por otro lado, en un distrito cualquiera, tomemos el IX del Distrito Federal, se obtenían las siguientes votaciones: PAN, 7,767; PRI, 23,050; PPS, 2,056; PARM, 3,089; PDM, 2,503; PCM, 7,77; PST, 1,785.
En este ejemplo, cada candidato plurinominal panista requirió 54,595 votos para alcanzar la diputación, en tanto cada comunista necesitó 56,277; por su parte, el priísta del distrito IX sólo necesitó de 23,050, desproporcionadamente menos que los opositores.
En el caso de esta elección, los candidatos plurinominales que obtuvieron esos cientos de miles de votos compitiendo de forma separada a los uninominales fueron, entre otros, por el PAN, Abel Vicencio Tovar (cabeza de lista), Eugenio Ortiz Walls, Carlos Castillo Peraza y Federico Ling Altamirano; y por el PCM, Arnoldo Martínez Verdugo (cabeza de lista), Gilberto Rincón Gallardo, Manuel Stephens García, Gerardo Unzueta y Pablo Gómez. Por su parte, el distrito IX lo ganó el priísta Gonzalo Castellot Madrazo.
Es así evidente que cuando las listas plurinominales se votan por separado, en una boleta distinta de las de los candidatos uninominales, la necesidad de competir en amplios territorios obliga a postular figuras de amplia presencia territorial y con reconocimiento de los segmentos sociales que se quiere atraer a una opción partidista. La necesidad pragmática de obtener el mayor número posible de votos en amplios territorios fuerza a los partidos a recurrir a candidaturas con capacidad de obtener votos en ese nivel geográfico, y no en los pequeños territorios distritales. Para éstos resultan más adecuados candidatos con gran arraigo local, aunque su vinculación partidista y política no tenga gran perspectiva nacional y por tanto de la legislación federal que tendría a su cargo.
Eliminar las listas plurinominales en busca de mayor vinculación entre electores y elegidos dañaría la capacidad del sistema electoral de producir políticos con perspectiva política y programática más allá de lo local, una necesaria perspectiva de México como Estado nacional en el mundo. No es necesario. Basta recuperar el mecanismo original de votación de la representación proporcional en México, votar las listas plurinominales en su propia boleta.
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